Con 17 años eché a volar y comencé mi aventura univesitaria. Vivir a 40 km de la universidad hizo que tuviese que quedarme sola en un piso muchas veces, cuando los horarios no me permitían volver a casa.
Y a pesar de comer y dormir sola en un piso vacío, sin gente alrededor que vea la tele contigo o te hable, no me importó, porque yo veía que podía defenderme sola en el mundo de mayores.
Y al final te sale una oportunidad de trabajo en Madrid, y cuadras los horarios de trabajo con los de trenes y autobuses para poder ir y volver a casa, y paseas tu tartera de comida toda la semana, y si no puedes volver a casa, te quedas en el piso solitario, cenando una pizza del microondas. Y ves que se acaba el ambientador o el papel higiénico y tienes que hacer la compra.
Y te sientes una persona adulta, capaz de todo lo que se propone. Así que sí, no me ha importado crecer así, porque ahora veo que soy independiente y me estoy labrando un futuro bonito.